Tuesday, May 13, 2008

EVARISTO SE ESCONDE



El señor Evaristo se esconde en los armarios.

Es un hombrecillo enjuto que siempre está agitado y que se asusta cuando siente que le hiere la luz.

Suele parecer que está buscando algún objeto perdido por el suelo de su “otra dimensión”. Sueña con su galán y al mismo tiempo, ha de disimular, en el trabajo, y usar palabras duras de esas… que a él le han hecho tanto daño (mariconazo de mierda, puta loca, julandrón). Las dice y él mismo se sonroja al escucharlas.

Evaristo quiere encontrar a su hombre pero calla. Y entre miedo y deseo… continúa soñando.

A veces, el armario, es una cueva oscura y fría donde no cabe nada más que la soledad. Pero otras veces… entra un rayo de luz por la puerta entornada y entonces todo es magia:

Y si… la señora Manuela dejara de mirarme con recelo; y si… fuera su hijo Germán quien me mirara… ¡Ay! ¡Germán! Con sus ojos de pez y con ese cuerpo de arcilla… ¡Ay! ¡Germán! Con esa boca de fuego y esos labios rebosantes de frutas tropicales ¡Ay! ¡Germán!

Evaristo está paralizado por la complejidad de su secreto. Y la esperanza es una larva que crece inevitablemente en el centro de su estómago. Y le duele (le duele todos los días) como un flemón hinchado que exige reventar para calmarse.

Evaristo se lava las manos con colonia de hombre antes de fornicar en solitario con oscuros objetos y con fríos aparatos impotentes. Y después llora y llora con el cráneo sudado contra el espejo cruel y silencioso (cabrón insolidario que le devuelve al mundo sin haberlo pedido).

Evaristo se cansa de estar solo. De no escuchar otro jadeo junto al suyo… de no poder brindar, a una mirada cómplice, la última fantasía que pasa por sus ojos enrejados…

Evaristo se encoje desde dentro del armario y tirita de ganas de vivir.

Y mientras tanto… sigue muriendo de asfixia en los simétricos días mezquinos de su ordenada vida, en la oficina del banco. Y su mirada triste nos asalta de pronto ( a cualquiera de nosotros) desde un vagón de metro, desde el otro lado del semáforo; o mientras esperamos los ascensores del centro comercial… sin que sepamos comprender la esencia de esa tristeza.

Porque la soledad de algunos seres heridos por el miedo… es un universo cerrado y distante que envuelve más pasiones y ternura de las que nadie haya podido nunca imaginar.


...................................................................................................................................