Manuela, Manuela… Ay Manuela…
Fantaseas sin pudor en cada gesto. Vas trazando (con tus tacones rojos) largos pasos de mujer, con tus pisadas de hombre, con esos pies de hombre, Manuela, con tu cadera de hombre, con tu llanto de hombre… Vas soñando que llevas ese pecho desnudo brillando en el paseo, cosechando deseos silenciosos y miradas ardientes que te erizan entera, como ortigas, Manuela.
Ya olvidaste aquel bodrio del pasado, los besos a escondidas (de tu pubertad) en los evacuatorios masculinos. Y aquellas manos invasoras y furtivas de don Paco… ¡Hay, don Paco y sus manos!
Ya colocas la voz, en el registro justo, de la sensualidad más envolvente. Ya tienes la mirada profunda de una felina quieta. Ya te invocan, Manuela, aquellos hombres que antes, tan espontáneamente te ignoraban. Ya se vuelven los ojos (silentes...lascivos intrusos en las calles) a contemplar tu contoneo de Diosa, en la distancia… Manuela.
Puliste cada segmento de tu cuerpo de hombre, cada arista macada por la virilidad y aprendiste a vencer cada tortura del alma. Cada condena injusta de todos esos diminutos jueces invisibles (la mezquindad les ahogó en sus propios juegos).
Ahora que te amas más que nunca. Ahora, que no escondes la blanquecina longitud de tus dedos. Ahora, por fin te sabes grande, Manuela. Y vas escribiendo tu historia con agrietados labios de carmín en los nostálgicos rincones del deseo.
Fantaseas sin pudor en cada gesto. Vas trazando (con tus tacones rojos) largos pasos de mujer, con tus pisadas de hombre, con esos pies de hombre, Manuela, con tu cadera de hombre, con tu llanto de hombre… Vas soñando que llevas ese pecho desnudo brillando en el paseo, cosechando deseos silenciosos y miradas ardientes que te erizan entera, como ortigas, Manuela.
Ya olvidaste aquel bodrio del pasado, los besos a escondidas (de tu pubertad) en los evacuatorios masculinos. Y aquellas manos invasoras y furtivas de don Paco… ¡Hay, don Paco y sus manos!
Ya colocas la voz, en el registro justo, de la sensualidad más envolvente. Ya tienes la mirada profunda de una felina quieta. Ya te invocan, Manuela, aquellos hombres que antes, tan espontáneamente te ignoraban. Ya se vuelven los ojos (silentes...lascivos intrusos en las calles) a contemplar tu contoneo de Diosa, en la distancia… Manuela.
Puliste cada segmento de tu cuerpo de hombre, cada arista macada por la virilidad y aprendiste a vencer cada tortura del alma. Cada condena injusta de todos esos diminutos jueces invisibles (la mezquindad les ahogó en sus propios juegos).
Ahora que te amas más que nunca. Ahora, que no escondes la blanquecina longitud de tus dedos. Ahora, por fin te sabes grande, Manuela. Y vas escribiendo tu historia con agrietados labios de carmín en los nostálgicos rincones del deseo.